Cuando el hartazgo de vida y ser nos invade, a escasos pasos de la esquina de nuestra fatiga siempre existe y nos espera un nuevo paisaje.
Sólo es necesario dejar de mirar atrás y darle un hálito de esperanza al optimismo. Olvidar las cuerdas podridas que nos atan, congelar las tristezas que nos oscurecen los sentires, desconectarse de los diálogos sin eco, devolver la dignidad a nuestra capacidad de entrega que quedó afónica de respuestas. Y empezar a caminar con otra actitud y otra mochila, cambiando el paso y con el deseo de vislumbrar un nuevo horizonte.
En la esquina de la vida siempre nos aguardan paisajes prometedores y muros agobiantes. Clorofilas de vida y humedades de tristeza, horizontes sin más límite que nuestro optimismo y barreras apiladas sin cemento de amor, atardeceres que acolchan sueños y despertares a días terrosos de nubes vacías de agua.
No existe el mapa que nos indique la ruta de nuestra vida. Somos nosotros, con nuestra intuición y voluntad, quienes paso a paso la vamos configurando hasta llegar a un punto que, por mucho que lo hayamos imaginado y deseado, siempre es un gran desconocido, esa parada en el camino que cuando contemplamos el viaje hecho llamamos "nuestro destino".
La vida es una ruta repleta de esquinas. Penetrar en muros y laberintos o perderse en paisajes sin límites es la historia de los grandes caminantes, es decir, de todos y cada uno de nosotros.
Ángela Becerra.
sábado, 12 de enero de 2008
En la esquina de la vida
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